Si hay una escritora japonesa que merezca un lugar en la literatura universal es sin dudas Murasaki Shikibu (紫式部), autora de la conocida Genji Monagatari, la novela más antigua de la literatura japonesa y que es a menudo considerada la primera gran novela en la literatura mundial. Esta escritora y poeta del periodo Heian, creó una de las más obras más importantes de la historia literaria, caracterizada por la recreación psicológica de sus personajes y, en especial, la del príncipe Genji, hijo del emperador que busca recuperar sus derechos legítimos que le fueron arrebatados durante la infancia. Hija de Fujiwara-no-Tametoki y miembro de una familia de funcionarios letrados, formó parte de la corte de la emperatriz Akiko (o Shshi) hasta 1013 como dama de honor. Es autora del diario Murasaki Shikibu Nikki y de la monumental Genji monogatari (como mencionamos anteriormente), extensa y compleja obra episódica que se considera una de las primeras novelas de la historia de la literatura universal. El núcleo argumental es la vida de Hikaru Genji, el príncipe radiante, ideal del cortesano Heian, y sus múltiples y a menudo fallidos amoríos. La obra traza un sensible y vigoroso retrato de la sociedad y la cultura cortesana durante el período Heian, cuyo decadente refinamiento vaticinaba su propio final. Los hechos de guerra y las demostraciones de valor ocupan un segundo plano, en tanto que las virtudes más apreciadas son la búsqueda y la fugacidad de la belleza y el amor; el texto está en efecto impregnado del espíritu del mono no aware, o tristeza que subyace en todas las cosas. Murasaki Shikibu pertenecía, por parte de padre y de madre, a una rama de los Fujiwara, la más ilustre familia de la nobleza de la época, familia en la que, por noble tradición, era vivo el culto a las letras y que dio al Japón una gran cantidad de hombres eminentes en todos los campos. Su bisabuelo, Fujiwara-no-Kanesuke (877-933), había sido un famoso poeta, y su padre, Fujiwara-no-Tametoki, era un buen literato. Heredó ella su talento de escritor y recibió, cual convenía a las jóvenes de su familia, cuidadosa educación; y como tenía además por naturaleza una memoria prodigiosa, pronto adquirió una vasta cultura que abarcaba desde la literatura china y japonesa hasta la búdica. En 996 acompañó a su padre a la provincia de Echizen, de la que había sido nombrado gobernador, y en 998 conoció a Fujiwara-no-Nobutaka, con quien había de contraer matrimonio al año siguiente. De este matrimonio nacieron dos hijas: Katako, conocida en literatura con el nombre de Daini-no-sammi, y Benno-tsubone. En 1001, a los tres años solamente de casado, murió el marido, al parecer de una epidemia, y ella, profundamente conmovida, se retiró a la vida privada, entregándose totalmente al estudio. Durante este período nació su inmortal obra maestra. Una tradición pretende que la escribió en el templo de Ishiyama, junto al lago Biwa y bajo la luz de la luna que se reflejaba en las aguas, escena que ha inspirado infinitas veces a los pintores; a los peregrinos que visitan hoy el templo se les muestra el tintero del que se habría servido la escritora. Parece ser que Murasaki Shikibu entró primero al servicio del omnipotente ministro Michinaga (966-1027) y después, a partir de 1008, fue dama de compañía de Fujiwara Akiko (988-1011), hija de Michinaga y esposa del emperador Ichijo (986-1011). Bajo el reinado de este soberano, la corte fue un verdadero centro de ingenios femeninos. Ichijo había contraído matrimonio con dos primas (hijas de dos hermanos de su madre): Sadako (977-1000), emperatriz titular, y Akiko, segunda esposa (chugu), cada una de las cuales tenía su propia corte de damas de honor, elegidas para este cargo por sus dotes espirituales. Sadako contaba entre sus damas a Sei Shonagon, en tanto que al círculo de Akiko pertenecían Murasaki Shikibu e Izumi Shikibu. Estas tres mujeres figuran entre los más deslumbrantes astros del firmamento literario de la época y entre los nombres más descollantes de la literatura de su país. En aquella época en que toda la producción literaria tenía carácter aristocrático y surgía de la corte, único gran hogar cultural del Japón, la mujer ocupaba en la sociedad un lugar diametralmente opuesto al que tendría en el futuro. Recibía la misma educación e instrucción que los hombres, los cuales, lejos de considerarla inferior, la respetaban y competían con ella en las actividades espirituales. Alrededor del año 1000, las mujeres tuvieron entre sus manos la suerte de la literatura japonesa. Ello puede explicarse bien porque los hombres de ese tiempo vivían en el ocio y la molicie o porque estaban absorbidos por los estudios chinos, tradicionalmente considerados como la única ocupación seria reservada a ellos. Las mujeres, por el contrario, habían hecho objeto de sus preferencias la lengua nacional y su mentalidad no se mostraba esclava de influencias extrañas a su temperamento, por lo que podían dar libre expresión a su propia fantasía en la lengua que habían aprendido en su infancia. En el ambiente cortesano, intelectualmente refinado, pero frívolo, placentero y de costumbres libres, siempre a la busca de placeres estéticos delicados, pero lleno también de intrigas y aventuras amorosas, Murasaki Shikibu constituyó una noble excepción. Su nombre, al que no le rozó escándalo alguno, fue sinónimo de las mejores virtudes femeninas. Su unión matrimonial, aunque breve, había sido feliz, y vivió una vida casta y pura, totalmente dedicada a la memoria de quien había sido para ella perfecto compañero. Duramente probada por el destino, la vida y sus alegrías no tenían ya sentido para ella, y pasaba los días en la mayor soledad. Todo hace suponer que, después de la muerte de su marido, madurara en su ánimo el propósito de abrazar la vida religiosa, pero que después, por algún motivo, hubo de abandonar esta idea. Tras la muerte de Ichijo en 1011, Murasaki Shikibu continuó durante algún tiempo sirviendo a la viuda. En 1014, sin embargo, habiendo muerto su hermano en la provincia de Eehizen, de la que su padre era gobernador, marchó ella a ocupar su puesto y volvió a Kyoto con su padre, que había presentado la dimisión de su cargo. Pero un nuevo golpe del destino la abrumó. Su dolor fue tan vivo que su salud quedó gravemente afectada, y murió al poco tiempo. Una rica e intensa vida interior, con una relevante tendencia a la introspección, fue sin duda el aspecto más sobresaliente de su carácter, al que debe sumarse un sentimiento siempre noble y un trato exquisitamente elevado, incluso en la crítica, como se trasparenta sobre todo en su diario, precioso documento de su psicología.